El retrato de Dorian Gray

El retrato de Dorian Gray es una novela del escritor Oscar Wilde, considerada como una de las últimas obras universales de terror gótico con una fuerte temática faustiana; un clásico moderno de la literatura occidental, llevado repetidamente al cine y al teatro.

Parte del argumento universal de la eterna juventud; no obstante, el verdadero tema central de la novela es el narcisismo, ya que el personaje principal, un joven llamado Dorian Gray, retratado por el artista Basilio Hallward, posee una excesiva admiración por sí mismo, hasta el extremo de no desear otra cosa que conservarse tal y como aparece en el cuadro para siempre.

Una obra que muestra la obsesión sobre el poder de la juventud y la belleza, una de las piedras angulares en los debates entre la ética y la estética, el bien y el mal, el alma y el cuerpo, el arte y la vida. Un clásico de la literatura que sigue asombrando a todo tipo de lectores.

Características del libro:

Información adicional

Isbn:

978-84-18145-12-4

Nº de Páginas:

224 páginas

Dimensiones:

12 x 19 cm

Formato Portada:

Rústica

"Me ha sorprendido. El libro tiene tintes de novela gótica, de fantasía lúgubre y, además, hace una reflexión muy interesante sobre la eterna juventud y belleza." —Rafa Vallejo

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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 Prólogo 

El retrato de Dorian Gray es una novela del escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900) publicada en 1890, y considerada como una de las últimas obras clásicas de la novela de terror gótica con una fuerte temática faustiana. El libro causó controversia cuando fue publicado por primera vez; sin embargo, es considerado en la actualidad como uno de los clásicos modernos de la literatura occidental, habiendo sido llevado repetidamente al cine y al teatro.

El retrato de Dorian Gray parte del argumento universal de la eterna juventud; no obstante, el verdadero tema central de la novela es el narcisismo, ya que el personaje principal posee una excesiva admiración por sí mismo, hasta el extremo de no desear otra cosa que conservarse tal y como aparecía en el cuadro para siempre.

La novela cuenta la historia de un joven llamado Dorian Gray, retratado por el artista Basilio Hallward, quien queda impresionado por la belleza física de Dorian y comienza a encapricharse con él, creyendo que esta belleza es la responsable de la nueva forma de su arte. Charlando en el jardín de Basil, Dorian conoce a Lord Henry Wotton, un amigo de Basil, y empieza a cautivarse por la visión del mundo de este. Exponiendo un nuevo tipo de hedonismo, Lord Henry indica que “lo único que vale la pena en la vida es la belleza, y la satisfacción de los sentidos”. Al darse cuenta de que un día su belleza se desvanecerá, Dorian desea tener siempre la edad de cuando fue retratado. Su deseo se cumple, pero mientras él mantiene para siempre la misma apariencia del cuadro, la figura en él retratada envejece por él. Su búsqueda del placer lo lleva a una serie de actos de libertinaje y perversión, sirviendo el retrato como un recordatorio de los efectos de cada uno de los actos cometidos sobre su alma, pues su rostro se desfigura con cada pecado cometido.

Es una novela filosófica que retrata la obsesión sobre el poder de la juventud y la belleza. Es, al mismo tiempo, una reflexión sobre la naturaleza del arte y la belleza. El autor también aprovecha para criticar la superficialidad, vanidad y el modo de vida de la época victoriana.

El retrato de Dorian Gray sigue siendo, a pesar del tiempo que ha pasado desde su publicación, una de las piedras angulares en los debates entre la ética y la estética, el bien y el mal, el alma y el cuerpo, el arte y la vida. Un clásico de la literatura que sigue asombrando a todo tipo de lectores.

—Juan José Marcos

 

Un hombre dueño de sí mismo pone fin a una pena con la misma facilidad que inventa un placer. No quiero estar a merced de mis emociones. Quiero          usarlas, disfrutarlas, dominarlas.

Oscar Wilde


 Capítulo I 

En el estudio flotaba el intenso olor a rosas, y cuando el suave viento estival corría entre los árboles del jardín, por la puerta abierta penetraba el pesado aroma de las lilas o el más sutil del espino de flores rosadas.

Desde el extremo del diván de alforjas persas donde estaba tumbado, fumando innumerables cigarrillos, lord Henry Wotton podía ver el destello de las flores de un laburno de dulzura y color melosos cuyas trémulas ramas apenas parecían capaces de soportar el peso de una belleza tan fogosa como la suya.

De vez en cuando, las sombras fantásticas de pájaros en vuelo cruzaban sobre las largas cortinas de seda tusor colgadas delante del ventanal, produciendo una suerte de efecto japonés, lo que le hacía pensar en aquellos pintores de rostro pálido como el jade que, con un arte necesariamente inmóvil, tratan de transmitir la sensación de celeridad y movimiento. El sordo murmullo de las abejas abriéndose camino entre el alto césped sin segar, o dando vueltas con monótona insistencia en torno a las oscuras campanillas de las primeras alceas de junio, parecían hacer más opresiva la quietud, mientras el estrépito de Londres era como los acordes vibrantes de un órgano distante.

En el centro de la estancia descansaba sobre un caballete el retrato de cuerpo entero de un joven de gran belleza. Ante él, a cierta distancia, se sentaba el pintor Basil Hallward, cuya repentina desaparición hace unos años perturbó a la sociedad y dio pie a extrañas conjeturas.

Su semblante se iluminó con una sonrisa satisfecha que tal vez habría podido prolongarse al contemplar la hermosa y elegante figura que tan hábilmente había retratado con su arte. Pero el artista se incorporó de repente, entornó los párpados y se los cubrió con los dedos, como tratando de retener en su cerebro algún sueño del que temiese despertar.

—Es tu obra, Basil —dijo lord Henry lánguidamente—, la mejor hasta ahora. No dejes de enviarla el próximo año a la galería Grosvenor. La Academia es demasiado grande y ordinaria. Siempre que voy allí, está tan abarrotada de gente que no puedo contemplar los cuadros, lo cual es espantoso, o está tan abarrotada de cuadros que no puedo contemplar a la gente, lo cual es aún es peor. La galería Grosvenor es el lugar apropiado.

—Dudo que lo envíe a ninguna parte —repuso echando la cabeza hacia atrás de la extraña manera que siempre provocaba la hilaridad de sus amigos de Oxford—. No; no lo enviaré a ningún sitio.

Lord Henry levantó las cejas y lo contempló asombrado a través de las finas volutas del humo que ascendía de su pesado y opiado cigarrillo, retorciéndose en formas caprichosas.

—¿No lo vas a enviar a ninguna parte? ¿Por qué, estimado amigo? ¿Tienes algún motivo? ¿Por qué sois tan raros los pintores? Hacéis lo que sea para haceros con una reputación y, en cuanto la tenéis, cualquiera diría que os estorba. Es una bobada porque solo hay en este mundo algo peor que ser la persona de quien se habla y es ser alguien de quien nadie habla. Un retrato como ese te situaría muy por encima de cualquier inglés joven y pondría celosos a los viejos, si es que los viejos aún albergan emociones.

—Sé que te reirás de mí —replicó el otro—, pero no puedo exponer ese retrato porque he puesto demasiado de mí mismo en él.

Lord Henry se estiró sobre el diván y soltó una carcajada.

—Sí, Harry, sabía que te reirías, pero es lo cierto.

—¡Demasiado de ti mismo! Caramba, Basil, no te imaginaba tan vanidoso; no veo ningún parecido entre tus facciones angulosas y un poco duras y tu cabello negro como el carbón y este adonis joven que parece hecho de marfil y pétalos de rosa. Venga, estimado Basil, este muchacho es un narciso, y tú…, en fin, sin duda tienes aspecto de intelectual y todo eso. Sin embargo, la belleza, la auténtica, acaba donde comienza el aspecto intelectual. El intelecto es en sí mismo una forma de exageración que rompe la armonía de un rostro. En cuanto alguien se sienta a meditar, todo su cuerpo se transforma en nariz, en frente o en algo horrendo. Piensa en quienes triunfan en alguna profesión erudita. Son del todo imposibles, salvo en la Iglesia, claro está. Pero es que en la Iglesia nadie piensa. Un obispo de ochenta años dice lo mismo que cuando le contaron lo que debía decir a los dieciocho. La consecuencia lógica es que siempre tiene un aire delicioso. Tu misterioso joven amigo, cuyo nombre nunca me has dicho, pero cuyo retrato me fascina de verdad, nunca piensa. Estoy totalmente seguro de ello. Es una criatura bella y sin cerebro que debería estar siempre aquí en invierno, cuando no hay flores que admirar, y también en verano, cuando buscamos algo que nos refresque la inteligencia. No seas engreído, Basil; no eres como él en absoluto.

—No me entiendes, Harry —respondió—. Sé perfectamente que no soy como él. En realidad, lamentaría parecerme a él. ¿Te encoges de hombros? Si te soy sincero, existe una fatalidad vinculada a la superioridad corporal o intelectual, la fatalidad que persigue durante la historia los pasos indecisos de los reyes. Es preferible no ser distinto de la mayoría. Los feos y los tontos son quienes mejor lo pasan en el mundo. Pueden sentarse cómodamente y ver la función boquiabiertos. Aunque ignoren el triunfo, al menos se ahorran la decepción de la derrota. Viven como deberíamos vivir todos, tranquilos, indiferentes, impasibles. Ni son la perdición del prójimo ni los demás se la provocan. Tu posición social y tu riqueza, Harry; mi cerebro, el que sea; mi arte, no importa su valor; la gallardía de Dorian Gray; todos sufriremos por lo que nos han concedido los dioses, y lo haremos terriblemente.

—¿Dorian Gray? ¿Así se llama? —preguntó lord Henry cruzando el estudio en dirección a Basil Hallward.

—Sí; así se llama. No quería decírtelo.

—¿Y por qué motivo?

—No puedo explicártelo. Cuando alguien me gusta mucho nunca revelo a nadie su nombre. Es como dar un trozo de esa persona. Con el tiempo he terminado amando el secreto. Se me antoja que es lo único que puede hacer misteriosa o maravillosa la vida moderna. La cosa más corriente se convierte en deliciosa si se esconde. Siempre que me marcho de Londres, no les digo a mis amigos adónde voy. Si lo hiciese, no me produciría placer. Admito que es una costumbre absurda, pero por algún motivo parece darle romanticismo a la vida. Supongo que te resulto espantosamente ridículo, ¿verdad?

—Para nada —respondió lord Henry—; en absoluto, estimado Basil. Pareces olvidar que estoy casado, y el encanto del matrimonio consiste en que ambas partes practiquen constantemente el engaño. Jamás sé dónde está mi esposa ni ella sabe lo que yo hago. Cuando a veces coincidimos porque salimos juntos a cenar o acudimos a casa del duque, nos contamos con mucha seriedad las más absurdas historias sobre nuestras respectivas actividades. Mi esposa lo hace muy bien; en realidad, mucho mejor que yo, pues jamás comete errores cuando se trata de fechas y yo siempre me equivoco. Pero no se enfada cuando me descubre. En ocasiones me gustaría que lo hiciese, pero simplemente se ríe de mí.

—No me gusta nada cómo te refieres a tu vida de casado, Harry —dijo Basil Hallward encaminándose a la puerta del jardín—. Creo que pese a todo eres un magnífico marido, pero te abochornan tus virtudes. Eres una excelente persona. Jamás das lecciones de moralidad ni haces nada malo. Tu cinismo es solo fingimiento.

—La naturalidad lo es, y el más molesto que conozco —rio lord Henry.

Los dos jóvenes salieron al jardín y se sentaron en un amplio banco de bambú bajo la sombra de un laurel. Los rayos del sol se deslizaban por las hojas enceradas. Sobre la hierba tremolaban margaritas blancas. Lord Henry sacó su reloj de bolsillo tras una pausa.

 

FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de al lado. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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Una especie de pacto con el diablo por mantener una belleza que se escapa. Un libro que es más actual que nunca.

Joan Font

Jekyll y Hyde versión Oscar Wilde. Dos libros coetáneos con un trasfondo muy similar. Si te gustó uno, te gustará el otro.

Emma

Me ha sorprendido. El libro tiene tintes de novela gótica, de fantasía lúgubre y, además, hace una reflexión muy interesante sobre la eterna juventud y belleza.

Rafa Vallejo

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