La vuelta al mundo en 80 días

Julio Verne es uno de los escritores más importantes de la literatura universal gracias a la magnífica influencia de sus libros en jóvenes y adultos. Asimismo, se le considera, junto con H. G. Wells, el «padre de la ciencia ficción», un maestro de este género y de la narrativa de aventuras, que supo capturar el espíritu de su tiempo e imprimir su carácter de explorador en cada una de sus obras.

En la novela que tienes en tus manos, Phileas Fogg, un misterioso y solitario caballero inglés, abandonará su vida disciplinada para cumplir una apuesta con los miembros del Reform Club, en la que arriesgará su fortuna comprometiéndose a dar la vuelta al mundo en ochenta días utilizando los medios disponibles en la época.

Lo acompañará su recién contratado criado, Passepartout, y se verán obligados a lidiar con los retrasos en los medios de transporte, así como con la pertinaz persecución del detective Fix, quien desea arrestar a Fogg porque cree que ha robado el Banco de Inglaterra…

Características del libro:

Información adicional

Isbn:

978-84-18145-11-7

Nº de Páginas:

224 páginas

Dimensiones:

12 x 19 cm

Formato Portada:

Rústica

"La más trepidante de las aventuras de Julio Verne, un recorrido por mil lugares y mil personajes, sin que uno sobre, sin que uno falte. Una carrera contrarreloj divertidísima con un final…" —Luis A. P.

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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 Prólogo 

La vuelta al mundo en 80 días es una novela del escritor francés Julio Verne (1828-1905) publicada en 1872, el mismo año en que se desarrolla la acción. Su autor es uno de los escritores más importantes de Francia y de toda Europa, gracias a la influencia de sus libros en la literatura posterior. Asimismo, se le considera, junto con H. G. Wells, el «padre de la ciencia ficción»

Muchos de los tópicos y temas de la ciencia ficción actual tienen su origen en Julio Verne, un maestro de este género y de la narrativa de aventuras, que supo capturar el espíritu de su tiempo e imprimir su carácter explorador en cada una de sus obras. Él nos llevó bajo el mar, a la luna y al centro de la Tierra… e hizo que el protagonista de uno de sus relatos recorriera el orbe en 80 días. Este libro de aventuras constituye uno de los relatos más cautivadores producidos por la imaginación humana, y una de las joyas de la literatura, habiendo sido objeto de múltiples versiones cinematográficas y de animación.

Aunque actualmente se puede ir de una punta a otra del globo en un periodo de tiempo mucho menor que el especificado en la obra, a finales del siglo XIX esto parecía imposible, siendo en esa época todos los viajes una aventura. Corre el año 1872. El señor Phileas Fogg, un misterioso y solitario caballero inglés, abandonará su vida disciplinada para cumplir una apuesta con los miembros del Reform Club, en la que arriesgará su fortuna comprometiéndose a dar la vuelta al mundo en ochenta días utilizando los medios disponibles en la época. Lo acompañará su recién contratado criado, Passepartout, y se verán obligados a lidiar con los retrasos en los medios de transporte, así como con la pertinaz persecución del detective Fix, quien desea arrestar a Fogg porque cree que ha robado el Banco de Inglaterra. Fogg y Passepartout viajan a través de los bosques de la India, descienden por el Ganges, atraviesan el Mar de la China, y cruzan el salvaje Oeste americano. Passepartout no cesa de meterse en problemas, mientras que Fogg, ante todo un caballero, no duda en salvar la vida de una joven viuda. Un trío que acaba utilizando todo su ingenio para volver a Londres.

Yokohama, Bombay, Hong Kong, El Cairo… son algunas de las ciudades que aparecen en la obra y que entonces solo se conocía de oídas. Por lo tanto, la obra es una excelente ventana a lugares del mundo que aún hoy nos resultan fascinantes.

 

Este relato de Julio Verne, de una carrera contra el reloj, nunca ha perdido su poder para emocionar.

—Juan José Marcos

 

“La Tierra ha encogido, puesto que se puede recorrer hoy diez veces más deprisa que hace cien años.”

La vuelta al mundo en 80 días


 Capítulo I 

En el año 1872, la casa número 7 de Saville Row, Burlington Gardens, donde falleció Sheridan en 1814, estaba habitada por Phileas Fogg, uno de los más notorios y singulares miembros del Reform Club de Londres pese a haber decidido no hacer nada que pudiese llamar la atención sobre él.

Así pues, Phileas Fogg era un personaje enigmático. Solo se sabía de él que era un hombre educado y de los caballeros más comedidos de la alta sociedad inglesa, sucesor de uno de los mayores oradores que haya dado Inglaterra.

Decían que se parecía a Byron —por la cabeza, claro está, pues era irreprochable en cuanto a los pies—, pero a un Byron de bigote y patillas, un Byron impasible que hubiese vivido mil años sin envejecer.

Phileas Fogg era inglés por los cuatro costados, aunque tal vez no hubiese nacido en Londres. Nadie lo había visto en la Bolsa o en el Banco, ni en ninguno de los despachos de la City. Jamás se recibió en las dársenas o en los muelles londinenses un navío cuyo armador fuese Phileas Fogg. Este caballero no figuraba en ningún comité de administración. Nadie había escuchado su nombre en un colegio de abogados, ni en Temple, en Lincoln’s Inn o en Gray’s Inn. Nunca informó en la Audiencia del canciller, ni en el Banco de la Reina, ni en el Exchequer, ni en los Tribunales Eclesiásticos. No era industrial, ni comerciante, ni mercader, ni agricultor. No era miembro del Instituto Real de la Gran Bretaña ni del Instituto de Londres, ni del Instituto de los Artistas, ni del Instituto Russell, ni del Instituto Literario del Oeste, ni del Instituto de Derecho, ni del Instituto de las Ciencias y las Artes Reunidas situado bajo los auspicios directos de Su Graciosa Majestad. No era miembro, en definitiva, de ninguna de las numerosas sociedades existentes en la capital de Inglaterra, desde la Sociedad de la Armónica hasta la Sociedad Entomológica, fundada principalmente con el fin de destruir los insectos nocivos.

Phileas Fogg solo era miembro del Reform Club.

Quien hubiese preguntado cómo un caballero tan misterioso se mezclaba con los miembros de aquel digno club, podría haber oído que entró por recomendación de los hermanos Baring. Gracias a esto ganó cierta reputación por la regularidad con que el saldo de su cuenta corriente, siempre acreedor, pagaba sus cheques.

¿Era rico Phileas Fogg? Sin duda. Los mejor informados no podían decir cómo había amasado su fortuna, y para averiguarlo la última persona a quien uno debía dirigirse era al señor Fogg. En cualquier caso, aunque no gastaba mucho, tampoco era roñoso, pues allí donde una causa noble, útil o generosa requiriese dinero, él solía prestarlo sin alharacas e incluso guardando el anonimato.

Resumiendo, resultaba difícil encontrar algo menos comunicativo que este caballero. Hablaba lo menos posible, y cuanto más silencioso era más misterioso se antojaba. Su vida estaba al día; pero siempre hacía lo mismo de un modo tan matemático que la imaginación, siempre calenturienta, buscaba algo más allá.

¿Había viajado? Probablemente, pues conocía el mapamundi mejor que nadie. No existía un solo rincón, por recóndito que fuese, que no pareciese conocer bien. En ocasiones, aunque siempre con palabras someras y claras, rectificaba los mil comentarios errados que circulaban por el club sobre viajeros perdidos o extraviados, señalaba las probabilidades con mayores visos de realidad y con frecuencia sus palabras parecían inspiradas por una segunda visión, de modo que el suceso siempre las justificaba. Era un hombre que debía haber viajado por todas partes, al menos en espíritu.

Sin embargo, hacía años que Phileas Fogg no había salido de Londres. Quienes tenían el honor de conocerlo más a fondo que el resto, aseguraban que salvo el camino que recorría a diario desde su casa al club nadie podía decir que lo hubiese visto en otro lugar. Su único pasatiempo consistía en leer los diarios y jugar al whist. Solía ganar a este silencioso juego, tan adecuado a su carácter; no obstante, sus beneficios nunca iban a parar a su bolsillo, sino a su elevado presupuesto para obras de caridad. Así pues, debe decirse que el señor Fogg jugaba por placer, no por ganar. El juego era para él una liza, una lucha contra un obstáculo; pero lucha sin movimiento ni fatigas, rasgos ambos que se amoldaban a su carácter.

No se le conocían esposa ni hijos —lo cual puede suceder al más honesto—, ni parientes o amigos, lo cual era sin duda algo más extraño. Phileas Fogg vivía solo en su casa de Saville Row, donde nadie entraba. Nada se sabía de su interior. Un criado único bastaba para servirle. Almorzaba y cenaba en el club a horas cronométricamente fijadas, en el mismo comedor, en la misma mesa, sin hablar nunca con sus colegas, sin convidar jamás a ningún extraño, y solo regresaba a su hogar para acostarse a las doce en punto de la noche. Jamás utilizaba los cómodos dormitorios que el Reform Club tiene a disposición de sus miembros. Pasaba diez de las veinticuatro horas del día en su casa, dedicado a dormir o a acicalarse. Cuando paseaba, lo hacía invariablemente y con paso igual por el vestíbulo con tarima de madera taraceada, o por la galería circular rematada por una cúpula con vidrieras azules sostenida por veinte columnas jónicas de pórfido rosa. Cuando cenaba o almorzaba, las cocinas, la despensa, la repostería, la pescadería y la lechería del club proveían su mesa con sus suculentas reservas; los camareros del club, personas serias con traje negro y calzados con zapatos de suela de fieltro, le servían en una vajilla especial y sobre admirables manteles de tela de Sajonia; la cristalería exclusiva del club contenía su vino de jerez, su oporto o su clarete mezclado con canela, capillaire o cinamomo; en definitiva era el hielo del club —procedente de los lagos de América por una elevada suma— lo que conservaba sus bebidas en un satisfactorio estado de frescor.

Si vivir en tales condiciones es ser excéntrico, ¡hay que reconocer que es buena la excentricidad!

La casa en Saville Row, sin ser suntuosa, destacaba por su gran confort. Por lo demás, con los hábitos invariables del inquilino, el servicio era sencillo. Sin embargo, Phileas Fogg exigía a su único criado una regularidad y puntualidad extraordinarias. Ese mismo día, 2 de octubre, Phileas Fogg había despedido a James Foster —el muchacho era culpable de haberle llevado el agua para rasurarse a 84 grados Fahrenheit en lugar de 86—, y aguardaba a su sustituto, que debía presentarse entre once y once y media.

 

FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…

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Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de al lado. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

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Una buena edición de este clásico.

Elio

Una buena edición de este clásico.

Elio

La más trepidante de las aventuras de Julio Verne, un recorrido por mil lugares y mil personajes, sin que uno sobre, sin que uno falte. Una carrera contrarreloj divertidísima con un final…

Luis A. P.

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