Los mejores relatos de Intriga y Terror

No siempre las historias sobre asesinatos tienen que tener un transfondo policiaco, ni todas las novelas de tensión y engaño deben estar relacionadas con el espionaje o la mafia. Los libros de intriga y misterio usan el suspense explorando campos que la novela negra o la detectivesca apenas relata: usan personajes más cotidianos, cercanos, poniéndolos en situaciones límite, al borde del terror, siempre en busca de resolver un enigma que podría estar poniendo en peligro sus vidas. Lo importante: encontrar el mecanismo que sumerja al lector en un constante estado de inquietud, de tensión, dejándole con la necesidad de estar mirando por encima del hombro hacia atrás, desconfiando de cualquier ruido o movimiento extraño y con el corazón a cien por hora.

Esto es lo que pretende la presente selección de doce relatos escritos por auténticos especialistas del género como Poe, Wilkie Collins, Lovecraft, E.T.A Hoffmann o Ambrose Bierce, entre otros. Obras maestras que reflejan la intriga y el terror en sus múltiples manifestaciones y variantes.

Características del libro:

Información adicional

Isbn:

978-84-18145-08-7

Nº de Páginas:

160 páginas

Dimensiones:

12 x 19 cm

Formato Portada:

Rústica

"Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y Lovecraft juntos, ¡qué más se puede pedir a un libro! Además, hay cuentos notables de Le Fanu, Lugones o Kipling. Una muy buena selección." —Berto Jiménez

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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 Prólogo 

No siempre las historias sobre asesinatos tienen que tener un trasfondo policíaco, ni todas las novelas de tensión y engaño deben estar relacionadas con el espionaje o la mafia. Los libros de intriga y misterio usan el suspense explorando campos que la novela negra o la detectivesca apenas relata: usan personajes más cotidianos, cercanos, poniéndolos en situaciones límite, al borde del terror, siempre en busca de resolver un enigma que podría estar poniendo en peligro sus vidas. Lo importante: encontrar el mecanismo que sumerge al lector en un constante estado de inquietud, de tensión, dejándole con la necesidad de estar mirando por encima del hombro hacia atrás, desconfiando de cualquier ruido o movimiento extraño y con el corazón a cien por hora.

Esto es lo que pretende la presente selección de doce relatos de intriga y terror escritos por autores notorios a nivel mundial, auténticos especialistas del género: El pozo y el péndulo y Berenice, de Edgar Allan Poe; La dama del sueño, de Wilkie Collins; Dagón, de H. P. Lovecraft; Beatriz (Satanás), de Ramón María del Valle-Inclán; Historia de fantasmas, de E.T.A. Hoffmann; La casa del lago, de Charles Nodier; La marca de la bestia, de Rudyard Kipling; El pacto de sir Dominick, de Joseph Sheridan Le Fanu; El descubrimiento de la circunferencia, de Leopoldo Lugones; Una noche de espanto, de Antón Chéjov; Desapariciones misteriosas, de Ambrose Bierce. Todas ellas son piezas maestras del género y reflejan la intriga y el terror en múltiples manifestaciones y variantes.

Si le van las emociones fuertes, pruebe con estos relatos, pues lo que la imaginación recrea con una lectura es siempre mucho más pavoroso que lo que le pueda ofrecer una pantalla cinematográfica o de televisión. A ver si logra, después de leer estos cuentos, cerrar los ojos y dormir a pierna suelta o si, como yo, tiene que dejar la luz encendida…

—Juan José Marcos

 

“Los horrores sangrientos representados en los muros empezaron a enrojecer. Y yo, jadeando, intentaba respirar. Ya no albergaba duda alguna sobre la intención de mis torturadores…”

Edgar Allan Poe


EL POZO Y EL PÉNDULO 

Edgar Allan Poe

 

Estaba agotado, agotado hasta la extenuación por aquella larga agonía, y cuando por fin me desataron y dejaron que me sentara, comprendí que mis sentidos me abandonaban. La sentencia, la inhumana sentencia de muerte, fue el último sonido reconocible que llegó a mis oídos. Después el rumor de las voces de los inquisidores pareció fundirse en un único zumbido abstracto que llevó a mi mente la idea de revolución, tal vez porque en mis fantasías la asociaba con el ronroneo de una rueda de molino. Todo aquello duró poco porque pronto dejé de oír. Pero al mismo tiempo durante un rato pude ver…, ¡con una terrible claridad! Vi los labios de los jueces ataviados con negras vestiduras. Me parecieron blancos…, más blancos que la hoja sobre la cual escribo estas palabras, y finos hasta lo grotesco, finos por la intensidad de su firme expresión de resolución inmutable, de inflexible desprecio hacia el sufrimiento humano Vi cómo los decretos de lo que para mí suponía el destino aún brotaban de aquellos labios. Los vi retorcerse mientras pronunciaban frases letales. Los vi componer las sílabas de mi nombre, y me estremecí porque no se produjo sonido alguno.

También vi, en unos momentos de delirante horror, el suave y casi imperceptible oscilar de las negras colgaduras que ocultaban los muros de la estancia. Mi mirada se centró en las siete altas velas de la mesa. En un principio tenían apariencia de símbolos de caridad, como si fuesen altos y esbeltos ángeles dispuestos a salvarme, pero entonces, bruscamente, una náusea espantosa invadió mi espíritu y sentí cómo se estremecían todas mis fibras como si hubiera tocado los hilos de una batería, mientras las formas angélicas se transformaban en espectros sin sentido, de llameantes cabezas, y comprendí que no recibiría de ellos ninguna ayuda.

Entonces, como una profunda nota musical, penetró en mi fantasía, la idea del eterno y dulce descanso que debía suponer la tumba. El pensamiento me vino apaciblemente y poco a poco, y parecía que había pasado un largo rato hasta que lo aprecié en su plenitud, pero en el momento en que mi espíritu lograba por fin sentirlo y acariciarlo, las siluetas de los jueces desaparecieron como por arte de magia, las altas velas se hundieron en la nada mientras desaparecían sus llamas y me envolvía la más negra de las tinieblas. Todas mis sensaciones desaparecieron en una loca y vertiginosa caída, como la del alma en el Hades. Entonces el universo era ya silencio, calma y noche. Me había desmayado, pero no estoy seguro de haber perdido también la conciencia por completo. No intentaré definir, ni siquiera describir, lo que me quedaba de ella, pero no me había abandonado totalmente. En el sopor más profundo…, en el delirio…, en el desmayo…, en la muerte…, incluso en la tumba, no todo se pierde. De lo contrario no existiría la inmortalidad para el hombre. Cuando despertamos del sopor más profundo, rompemos el sutil velo de algún sueño. Pero, un segundo después —tan frágil pudo ser aquel velo— ni nos acordamos de haber soñado. Cuando volvemos a la vida después de un desmayo, pasamos por dos fases: la primera la del sentido de la existencia mental o espiritual; la segunda, la del sentido de la existencia física. Es posible que si al llegar a la segunda fase pudiésemos recordar las impresiones de la primera, tendríamos multitud de recuerdos del abismo que se abre más atrás. Y ese abismo… ¿qué es? ¿Cómo distinguir, al menos, sus sombras de las de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he denominado la primera fase no pueden ser recordadas por actos voluntarios, ¿no se presentarán después involuntariamente, tras un largo intervalo, mientras nos maravillamos averiguando de dónde proceden? Aquel que nunca se ha desmayado, no descubre extraños palacios ni caras fantásticamente familiares en las ascuas encendidas; no contempla, flotando en el espacio, las visiones melancólicas que no es capaz de ver la mayoría; no medita mientras descubre el perfume de una nueva flor; no siente cómo su mente se exalta ante el sentido de una cadencia musical que jamás había llamado antes su atención

Entre frecuentes y reflexivos esfuerzos para recordar, entre anhelantes luchas para atrapar algún vestigio de ese estado de aparente destrucción en el que mi alma se había sumergido, ha habido momentos en los que he vislumbrado el triunfo; breves, muy breves periodos en los que fui capaz de evocar recuerdos que, a la vista de mi lucidez posterior, solo podían hacer referencia a aquel momento de aparente inconsciencia. Esas sombras de la memoria revelan borrosamente altas siluetas que me alzaron y me trasladaron en silencio descendiendo… descendiendo… siempre descendiendo… hasta que un horrible mareo hizo presa en mí ante la única idea de comprobar lo interminable de ese descenso. También evocan el vago horror que invadía mi corazón a causa de la monstruosa calma que me rodeaba. Luego llega una sensación de súbita inmovilidad que invade todas las cosas, como si aquellos que me transportaban —¡atroz cortejo!— hubiesen superado en su descenso los límites de lo ilimitado y descansaran del esfuerzo de su trabajo. Después viene a la mente la sensación de algo desabrido y húmedo, y luego todo es locura, la locura de un recuerdo que se afana luchando entre cosas prohibidas.

De repente acudieron de nuevo a mi alma el movimiento y el sonido, el tumultuoso palpitar de mi corazón y el sonido de su latir a mis oídos. Siguió una pausa en la que todo parecía confuso. Otra vez sonido, movimiento y tacto, una sensación de hormigueo que me recorría todo el cuerpo. Y luego la simple conciencia de existir, sin pensamiento alguno, me duró largo tiempo. Después, súbitamente, surgió el pensamiento, un espanto estremecedor y el más intenso esfuerzo por comprender mi verdadera situación. A todo esto le siguió un profundo deseo de recaer en la insensibilidad. Una vez más surgió un violento renacer del espíritu y un esfuerzo por lograr moverme, hasta conseguirlo. Y entonces el recuerdo vivo del proceso, los jueces, las negras colgaduras, la sentencia, las náuseas, el desmayo. Luego, un olvido total de lo que siguió, de todo lo que tiempos posteriores y un esfuerzo obstinado me han permitido recordar con vaguedad.

No había abierto los ojos hasta ese momento. Sentí cómo yacía de espaldas, sin ataduras. Extendí la mano y cayó sobre algo húmedo y duro. La dejé allí por algún tiempo, mientras trataba de imaginar dónde me hallaba y qué era de mí. Anhelaba abrir los ojos pero no me atrevía, pues tenía miedo de esa primera mirada a las cosas que me rodeaban. No es que temiera encontrar objetos terribles, solo me horrorizaba la posibilidad de que no hubiese nada que ver. Por fin, con el corazón invadido por una salvaje desesperación, abrí los ojos de golpe. Mis peores temores se confirmaron. Me rodeaba la oscuridad de la noche eterna. Luché por respirar. La intensidad de las tinieblas me oprimían y ahogaban. La atmósfera irradiaba una pesadez intolerable. Me quedé inmóvil e hice esfuerzos para razonar. Recordé el proceso de la Inquisición para a partir de ese punto tratar de comprender mi verdadera situación. La sentencia había sido dictada y tenía la impresión de que ya había transcurrido largo tiempo desde entonces. Pero ni por un instante me consideré verdaderamente muerto. Una suposición semejante, a pesar de lo que leemos en los relatos novelescos, es completamente incompatible con la verdadera existencia; pero, ¿dónde estaba y en qué estado me encontraba? Los condenados a muerte, como ya sabía, normalmente perecían por un auto de fe, y uno de ellos acababa de celebrarse la misma noche del día de mi proceso ¿Me habrían devuelto a mi calabozo a la espera de un próximo sacrificio, que no tendría lugar hasta unos meses más tarde? En seguida comprendí que era imposible. En aquellos tiempos había una demanda inmediata de víctimas. Y, además, mi calabozo, como todas las celdas de los condenados en Toledo, tenía el suelo de piedra y escaseaba la luz.

De pronto una espantosa idea impulsó torrentes de sangre a mi corazón y durante un breve periodo de tiempo caí de nuevo en la insensibilidad. Cuando me repuse, me levanté temblando convulsivamente y extendí los brazos alocadamente en todas direcciones. No sentía nada, pero no me atrevía a dar un solo paso temiendo que me lo impidieran las paredes de una tumba. Brotaban gotas de sudor por todos mis poros y tenía la frente empapada y helada. La agonía de la incertidumbre acabó por volverse inaguantable y comencé a moverme cuidadosamente hacia delante, con los brazos extendidos y los ojos desorbitados con la esperanza de captar algún rayo débil de luz. Así di muchos pasos, pero todo seguía siendo aún oscuridad y vacío. Respiré con mayor libertad; al menos parecía que el mío no era el más terrible de los destinos.

Y entonces, mientras continuaba dando cuidadosos pasos al frente, se agolparon en mi mente mil vagos recuerdos de las atrocidades que sucedieron en Toledo. Se contaban extrañas historias sobre los calabozos —siempre había creído que se trataba de fábulas—, pero aun así resultaban asombrosas y demasiado horrorosas para ser repetidas en alta voz. ¿Me dejarían morir de hambre en este subterráneo mundo de tinieblas o qué destino todavía más espantoso me aguardaba? Demasiado bien conocía yo el carácter de los jueces para dudar que el resultado fuese la muerte, y una muerte mucho más amarga de la habitual. Lo que me preocupaba y me enloquecía era el modo y la hora de llegada de esa muerte.

 

FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de al lado. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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Más terror que intriga, un libro eléctrico que no te da pausa.

Jorge Abril

Grandes relatos que no conocía (alguno sí), pero que me han gustado bastante. El que más: "El pozo y el péndulo", de Poe. Inquietante.

Regina

Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe y Lovecraft juntos, ¡qué más se puede pedir a un libro! Además, hay cuentos notables de Le Fanu, Lugones o Kipling. Una muy buena selección.

Berto Jiménez

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