La presente selección de relatos comprende: El vampiro, de John William Polidori; Ligeia y Morella, de Edgar Allan Poe; Vampiro, de Emilia Pardo Bazán; La muerta enamorada, de Théophile Gautier; El almohadón de plumas y El vampiro, de Horacio Quiroga; Marsias en Flandes, de Vernon Lee y El huésped de Drácula, de Bram Stoker. Se trata pues de una amplia muestra que recoge lo más representativo de la literatura vampírica, incluyendo obras clásicas como la de Polidori, fundadora del género, las de Poe o la de Stoker, narración pensada inicialmente para ser el preámbulo de su obra cumbre, «Drácula», que tiene el acierto de sumergirnos, en pocas páginas, en una atmósfera espectral que llenará de pavor a aquellos que se atrevan a leerla.
También se incluye algún ejemplo en que la figura del vampiro abandona sus hábitos para ejercer una especie de vampirismo emocional, como es el caso del magistral cuento de Pardo Bazán.En definitiva, una antología de nueve relatos repletos de misterio y emociones fuertes.
Características del libro:
Información adicional
Isbn: | 978-84-18145-18-6 |
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Nº de Páginas: | 160 páginas |
Dimensiones: | 12 x 19 cm |
Formato Portada: | Rústica |
Lee un Avance de este libro
Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.
A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.
¡FELIZ LECTURA!
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Prólogo
La presencia de los vampiros en la literatura abarca un campo literario centrado en torno a la figura del vampiro y los elementos asociados a la misma, con diferentes variantes. Aunque figuras y personajes vampíricos con diversos rasgos han aparecido en la mitología, la cultura oral y la literatura desde la antigüedad, la primera aparición del vampiro literario moderno se produjo en los cuentos góticos del siglo XVIII, saltando al ámbito de la narración con El vampiro de J.W. Polidori (1819) y posteriormente se popularizaría como figura de los relatos de terror, pero sin duda la obra maestra más brillante del género es Drácula de Bram Stoker (1897). Desde el siglo XX las historias de vampiros se han diversificado, no solo aportando elementos nuevos, sino también introduciendo elementos de otros géneros como las novelas de suspense, fantasía, ciencia ficción y otros géneros menos habituales. Además de las tradicionales criaturas no muertas bebedoras de sangre, el vampirismo se ha extendido a otro tipo de seres como alienígenas o incluso animales. Otros “vampiros” de ficción se alimentan de energía vital en lugar de sangre.
La presente selección de relatos comprende: El vampiro, John William Polidori; Ligeia, Edgar Allan Poe; Vampiro, Emilia Pardo Bazán; La muerta enamorada, Théophile Gautier; El almohadón de plumas, Horacio Quiroga, Marsias en Flandes, Vernon Lee; Morella, Edgar Allan Poe, El vampiro, Horacio Quiroga; El huésped de Drácula, Bram Stoker.
Se trata pues de una amplia muestra que recoge lo más representativo de la literatura vampírica, incluyendo no solo obras clásicas como la de Polidori, fundadora del género, las de Poe o la de Stoker, relato pensado inicialmente para ser el preámbulo de su obra cumbre, que tiene el acierto de sumergirnos, en pocas páginas, en una atmósfera espectral que llenará de pavor a aquellos que se atrevan a leerla. También se incluye algún ejemplo en que la figura del vampiro abandona sus hábitos apartados para ejercer una especie de vampirismo emocional. Tal es el caso del relato Vampiro de Emilia Bazán, uno de sus mejores cuentos, en el que la escritora no se apoya en los vampiros clásicos de la leyenda, sino que enmascara una fuerte crítica a los matrimonios por conveniencia.
En definitiva, una antología de nueve relatos repletos de misterio y emociones fuertes.
—Juan José Marcos
«No tenía color en las mejillas, ni en los labios siquiera. Aun así, la inmovilidad de su rostro le parecía casi tan atractiva como la vida que residió allí en otros tiempos; tenía unas manchas de sangre en el cuello y en el pecho. En su garganta mostraba señales de unos dientes que le habían abierto una vena. Al verla, los hombres la señalaron y, sobrecogidos de pánico, gritaron a la vez: ¡Un vampiro! ¡Un vampiro!»
John William Polidori
EL VAMPIRO
John William Polidori
Aconteció que en medio de los desenfrenos que conlleva el invierno londinense, en algunas de las fiestas a las que acuden los más destacados miembros de la sociedad, apareció un noble que destacaba más por sus excentricidades que por su alcurnia. Contemplaba todo el júbilo a su alrededor como si no pudiese compartirlo. Por lo visto, tan solo atraía su atención la sonrisa luminosa de la belleza, que él podía silenciar con una única mirada metiendo miedo en los pechos donde la irreflexión reinaba. Los que experimentaban aquella sensación de miedo no podían explicarse su procedencia; unos la atribuían a sus ojos, completamente grises que, al escrutar el rostro de alguna persona, no parecían traspasarla y penetrar de un vistazo en los pliegues más recónditos de su corazón, sino que se hundían sobre su mejilla como un plomizo rayo que gravitara sobre la piel sin ser capaz de atravesarla. Sus extravagancias eran la causa de que lo invitasen a todas las fiestas; todos deseaban verlo, y a los que, acostumbrados a intensas emociones, sentían ahora el peso del hastío, les gustaba contar con la presencia de alguien que pudiera llamar su atención. Pese al aspecto cadavérico de su rostro, que ni el rubor de su modestia ni las fuertes emociones pasionales lograban encender en ningún momento, su figura y su perfil eran hermosos, y muchas señoras sedientas de notoriedad intentaban atraer sus atenciones o, por lo menos, una pequeña prueba de lo que se podría llamar afecto. Lady Mercer, que desde su boda había sido el objeto de las risas de cualquier monstruo que se exhibiera en salones, literalmente se le echó encima y tan solo le faltó disfrazarse de saltimbanqui para atraer sus atenciones…, pero en vano. Cuando se encontraba ante él parecía no darse cuenta de su presencia aunque sus ojos la miraban fijamente, en apariencia; hasta su impasible descaro terminó por frustrarse y se vio obligada a dejar el campo libre. Pero, aunque ni la vulgar adúltera lograba atraer su mirada, el sexo femenino no le resultaba indiferente; no obstante, la cautela con que se dirigía a la virtuosa esposa o a la hija inocente era tal que muy pocos le habían visto nunca dirigir la palabra a alguna mujer. Eso sí, tenía fama de ser un excelente conversador y fuese porque esa cualidad lograba vencer el temor que su personalidad tan excéntrica inspiraba a las mujeres, o porque lograba conmoverlas su aparente indiferencia por el vicio, la verdad es que solía frecuentar la compañía tanto de señoras cuyas virtudes domésticas constituían el orgullo de su sexo, como de aquellas que lo mancillaban mediante sus vicios.
En esa misma época llegó a Londres un joven caballero de apellido Aubrey, huérfano desde la temprana niñez, que compartía con su única hermana la enorme fortuna que sus padres le dejaron. Fue abandonado también por sus tutores, que creían que su deber se reducía a cuidar de su dinero, mientras al mismo tiempo delegaban la tarea más importante de educar su alma al cuidado de ayudantes mercenarios, por lo que el joven cultivó más la imaginación que su buen juicio. Por tanto, detentaba un elevado sentido romántico del honor y esa franqueza que con tanta asiduidad arruina a la mayoría de las aprendices de modistas. Creía que todo el mundo compartía la virtud, y que el vicio había sido esparcido por la Providencia como un peculiar contraste escénico, como suele verse en las novelas. Creía que la miseria de un cottage tan solo consistía en la ropa de vestir, que era igual de cálida pero estaba mejor adaptada a los ojos del pintor por sus irregulares pliegues y los variables coloridos de sus remiendos. Creía, en resumen, que las realidades de la vida se reflejaban en los sueños de los poetas. Era un hombre apuesto, sincero y acaudalado. Por ello, cuando entró en sociedad, las madres lo cercaron, y rivalizaban en describirlo con menos exactitud a sus extenuadas y retozonas favoritas. Al mismo tiempo sus hijas, por la manera en que se animaba su semblante cuando él se acercaba y cómo lo observaban con chispeantes ojos cuando abría la boca, les hicieron pronto concebir falsas ideas sobre sus propios méritos y su talento. Le había cogido una gran afición a leer novelas cuando se encontraba solo; le sorprendía descubrir que, menos en las velas de sebo y cera, que parpadeaban no debido a la presencia de algún fantasma sino por la clara falta de pabilo, no existía base real alguna para ese montón de imágenes y descripciones agradables que contenían los volúmenes que tenía guardados en su estudio. Sin embargo, encontrando cierta compensación en su vanidad satisfecha, estaba a punto de renunciar a sus sueños, cuando el extraordinario ser que acabamos de describir se cruzó en su camino.
Lo observó con mucha atención, y esa misma imposibilidad de poder formarse una idea exacta del carácter de un hombre encerrado del todo en sí mismo, que no daba más muestras de prestarle atención a las cosas que lo rodeaban a no ser por el tácito reconocimiento de su ser consistente en el hecho de evitar el contacto con ellas; consintiendo que su imaginación se figurase todo lo que complacía su afición a las extravagantes ideas, no tardó mucho en considerar al personaje en cuestión como un héroe de novela, y tomó la decisión de fijarse más en la criatura que su imaginación había forjado que en la persona que tenía enfrente. Empezó a conocerlo, tuvo atenciones con él, y su amistad llegó a progresar tanto que siempre se admitía su presencia. Poco a poco fue conociendo que los asuntos de lord Ruthven no pasaban por un buen momento y enseguida averiguó, por los preparativos que vio en la calle, que tenía la intención de iniciar un viaje. Con enormes ganas de obtener alguna información sobre aquel curioso personaje, que hasta el momento no había dejado de despertar su curiosidad, insinuó a sus tutores que era el momento de iniciar el viaje, que desde hace tantas generaciones se consideraba imprescindible para que los jóvenes progresasen más rápidamente en la carrera del vicio hasta ponerse en un plano de igualdad con los ancianos, y se deje de creer que son medio bobos cada vez que se alude a escandalosas intrigas, en un tono jocoso o de elogio, según la habilidad desplegada. Los tutores le dieron su consentimiento, y de inmediato Aubrey le habló de sus intenciones a lord Ruthven, sorprendiéndose al recibir de él la propuesta de viajar en su compañía. Halagado por aquella muestra de estima, que venía de alguien que, según parecía, no tenía nada en común con sus demás semejantes, aceptó con gran gusto, y unos días después cruzaban las aguas del Canal.
Hasta el momento, Aubrey no había tenido la ocasión de estudiar el carácter de lord Ruthven, y ahora pudo comprobar que, aunque presenció muchos de sus actos, los resultados indicaban unas conclusiones muy distintas de los aparentes motivos de su conducta. Era manirroto en su generosidad. Los parados, vagabundos y mendigos recibían de él más que suficiente para poder satisfacer sus más inmediatas necesidades. Pero no pudo dejar de advertir que no ofrecía limosna a la gente virtuosa que había sido reducida a la indigencia por los infortunios que también acompañaban a la virtud, sino que les cerraba las puertas con un desprecio casi no contenido; pero, cuando cualquier libertino se le acercaba solicitándole ayuda, no para poner remedio a sus penas, sino para regodearse en la lujuria o hundirse más todavía en su agujero, lo despedía con enorme benevolencia. Aubrey, sin embargo, atribuía aquello a la importunación de los viciosos, que prevalece por lo general sobre la timidez retraída de los indigentes virtuosos.
FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…
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Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de al lado. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.
A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.
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