Política

Esta obra de Aristóteles es uno de los clásicos fundamentales de la filosofía universal. Junto con La República de Platón son los textos inaugurales de la reflexión sobre la política en Occidente.

La política es una actividad muy denostada hoy en día, pues es considerada como el ámbito de la corrupción, de las falsas promesas, de los abusos de poder… Esta concepción está inscrita en la tradición republicana y procede de Aristóteles, donde esta doctrina es vista desde esa perspectiva como una actividad eminentemente discursiva, realizada por ciudadanos libres e iguales, y con una rotación periódica entre quienes ocupan la posición de gobernantes y quienes están en la posición de ser gobernados.

Todos los ciudadanos, pues, deberían tener la oportunidad y el deber de ejercer funciones políticas.

En este libro, Aristóteles realiza la exposición del género-sujeto y principio de la filosofía práctica por medio del estudio de la comunidad, que tiene el mismo fin que el individuo: la felicidad.

Características del libro:

Información adicional

Isbn:

978-84-18145-19-3

Nº de Páginas:

288 páginas

Dimensiones:

12 x 19 cm

Formato Portada:

Rústica

"Uno de los libros más impresionantes que he leído, una historia claustrofóbica que te sitúa enfrente del espejo y deja que tus miedos y complejos se muestren para que luego los controles o desparezcan." — Marta rey

Lee un Avance de este libro

Si no conoces las bases, los cimientos, que hacen que este libro sea una obra maestra del género, te animamos a que empieces a leer el avance que te hemos preparado en la página virtual de abajo. Haz scroll. Ahí encontrarás un breve prólogo que te dará algunas pinceladas sobre lo que vas a descubrir a lo largo del libro, al tiempo que va a reactivar en ti el interés por esta magnífica pieza.

A continuación, podrás disfrutar de los primeros capítulos, para que así, de primera mano, te des cuenta de la dimensión de la obra que vas a comenzar.

¡FELIZ LECTURA!

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 Prólogo 

La Política de Aristóteles (384-322 a.C.) es uno de los clásicos fundamentales de la filosofía universal. Junto con La República de Platón, es el texto inaugural de la reflexión sobre la política en Occidente. Desde la traducción que iniciara Guillermo de Moerbeke en el siglo XIII, y que permitió su reaparición en la cultura occidental y los comentarios de San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, jamás se ha interrumpido un incesante retorno a su texto para reinterpretar su contenido, a la luz de los tiempos y servirse del mismo como un instrumento hermeneútico de análisis de los fenómenos políticos del momento.

El gran tema abordado en este libro es el del concepto de “política”, actividad muy denostada hoy en día, pues es vista como el ámbito de la corrupción, de las falsas promesas, de los abusos de poder… Esta concepción está inscrita en la tradición republicana y procede de Aristóteles. La política es vista desde esa perspectiva como una actividad eminentemente discursiva, realizada por ciudadanos libres e iguales, y con una rotación periódica entre quienes ocupan la posición de gobernantes y quienes están en la posición de ser gobernados. En una época en que la doctrina política está copada por profesionales, esa idea de que los gobernantes sean gobernados y a la inversa tiene un enorme atractivo. Todos los ciudadanos deberían tener la oportunidad y el deber de ejercer funciones políticas.

En este libro, Aristóteles realiza la exposición del género-sujeto y principio de la filosofía práctica por medio del estudio de la comunidad política, que tiene el mismo fin que el individuo: la felicidad. En su planteamiento, el autor no solo habla del ser humano como “animal político”, sino que dedica partes de la obra al problema del mantenimiento del poder tiránico. Las estrategias dibujadas por el filósofo no tienen nada que envidiar a las diseñadas posteriormente por Maquiavelo en El Príncipe. La política aparece, así, como una técnica, dejando de ser una praxis, se convierte en un arte instrumental dirigido al mantenimiento del poder. Un clásico de lectura imprescindible.

—Juan José Marcos

  

«Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes.»

Aristóteles


 Capítulo I 

ORIGEN DEL ESTADO Y DE LA SOCIEDAD

Todo Estado es, evidentemente, una asociación, y toda asociación no se forma sino en vista de algún bien, puesto que los hombres, cualesquiera que ellos sean, nunca hacen nada sino en vista de lo que les parece ser bueno. Es claro, por tanto, que todas las asociaciones tienden a un bien de cierta especie, y que el más importante de todos los bienes debe ser el objeto de la más importante de las asociaciones, de aquella que encierra a todas las demás, y a la cual se llama precisamente Estado y asociación política.

No han tenido razón, pues, los autores para afirmar que los caracteres de rey, magistrado, padre de familia y dueño se confunden. Esto equivale a suponer que toda la diferencia entre estos no consiste sino en el más y el menos, sin ser específica; que un pequeño número de administrados constituiría el dueño, un número mayor el padre de familia, uno más grande el magistrado o el rey; es de suponer, en fin, que una gran familia es, en absoluto, un pequeño Estado. Estos autores añaden, por lo que hace al magistrado y al rey, que el poder del uno es personal e independiente, y que el otro es en parte jefe y en parte súbdito, sirviéndose de las definiciones mismas de su pretendida ciencia.

Toda esta teoría es falsa; y bastará para convencerse de ello, adoptar en este estudio nuestro método habitual. Aquí, como en los demás casos, conviene reducir lo compuesto a sus elementos indescomponibles, es decir, a las más pequeñas partes del conjunto. Indagando así cuáles son los elementos constitutivos del Estado, reconoceremos mejor en qué difieren estos elementos, y veremos si se pueden sentar algunos principios científicos para resolver las cuestiones de que acabamos de hablar. En esto, como en todo, remontarse al origen de las cosas y seguir atentamente su desenvolvimiento es el camino más seguro para la observación.

Por lo pronto, es obra de la necesidad la aproximación de dos seres que no pueden nada el uno sin el otro: me refiero a la unión de los sexos para la reproducción. Y en esto no hay nada de arbitrario, porque lo mismo en el hombre que en todos los demás animales y en las plantas, existe un deseo natural de querer dejar tras sí un ser formado a su imagen.

La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer. Ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo, y de esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden.

La naturaleza ha fijado, por consiguiente, la condición especial de la mujer y la del esclavo. La naturaleza no es mezquina, como nuestros artistas, y nada de lo que hace se parece a los cuchillos de Delfos fabricados por aquellos. En la naturaleza un ser no tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son más perfectos cuando sirven, no para muchos usos, sino para uno solo. Entre los bárbaros, la mujer y el esclavo están en una misma línea, y la razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a mandar, y realmente no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con esclava, y los poetas no se engañan cuando dicen:

Sí, el griego tiene derecho a mandar al bárbaro, puesto que la naturaleza ha querido que bárbaro y esclavo fuesen una misma cosa.

Estas dos primeras asociaciones, la del señor y el esclavo, la del esposo y la mujer, son las bases de la familia, y Hesíodo lo ha dicho muy bien en este verso:

La casa, después la mujer y el buey arador; porque el pobre no tiene otro esclavo que el buey. Así, pues, la asociación natural y permanente es la familia, y Corondas ha podido decir de los miembros que la componen «que comían a la misma mesa», y Epiménides de Creta «que se calentaban en el mismo hogar».

La primera asociación de muchas familias, pero formada en virtud de relaciones que no son cotidianas, es el pueblo, que justamente puede llamarse colonia natural de la familia, porque los individuos que componen el pueblo, como dicen algunos autores, «han mamado la leche de la familia», son sus hijos, «los hijos de sus hijos». Si los primeros Estados se han visto sometidos a reyes, y si las grandes naciones lo están aún hoy, es porque tales Estados se formaron con elementos habituados a la autoridad real, puesto que en la familia el de más edad es el verdadero rey, y las colonias de la familia han seguido filialmente el ejemplo que se les había dado. Por esto, Homero ha podido decir:

Cada uno por separado gobierna como señor a sus mujeres y a sus hijos.

En su origen todas las familias aisladas se gobernaban de esta manera. De aquí la común opinión según la que están los dioses sometidos a un rey, porque todos los pueblos reconocieron en otro tiempo o reconocen, aún hoy, la autoridad real, y los hombres nunca han dejado de atribuir a los dioses sus propios hábitos, así como se los representaban a imagen suya.

La asociación de muchos pueblos forma un Estado completo, que llega, si puede decirse así, a bastarse absolutamente a sí mismo, teniendo por origen las necesidades de la vida, y debiendo su subsistencia al hecho de ser estas satisfechas.

Así, el Estado procede siempre de la naturaleza, lo mismo que las primeras asociaciones, cuyo fin último es aquel; porque la naturaleza de una cosa es precisamente su fin, y lo que es cada uno de los seres cuando ha alcanzado su completo desenvolvimiento se dice que es su naturaleza propia, ya se trate de un hombre, de un caballo o de una familia. Puede añadirse que este destino y este fin de los seres es para los mismos el primero de los bienes, y bastarse a sí mismos es, a la vez, un fin y una felicidad. De donde se concluye, evidentemente, que el Estado es un hecho natural, que el hombre es un ser naturalmente sociable, y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar es, ciertamente, o un ser degradado, o un ser superior a la especie humana; y a él pueden aplicarse aquellas palabras de Homero:

Sin familia, sin leyes, sin hogar...

El hombre que fuese por naturaleza tal como lo pinta el poeta, solo respiraría guerra, porque sería incapaz de unirse con nadie, como sucede a las aves de rapiña.

Si el hombre es infinitamente más sociable que las abejas y que todos los demás animales que viven en grey, es evidentemente, como he dicho muchas veces, porque la naturaleza no hace nada en vano. Pues bien, ella concede la palabra al hombre exclusivamente. Es verdad que la voz puede realmente expresar la alegría y el dolor, y así no les falta a los demás animales, porque su organización les permite sentir estas dos afecciones y comunicárselas entre sí; pero la palabra ha sido concedida para expresar el bien y el mal, y, por consiguiente, lo justo y lo injusto, y el hombre tiene esto de especial entre todos los animales: que solo él percibe el bien y el mal, lo justo y lo injusto, y todos los sentimientos del mismo orden cuya asociación constituye precisamente la familia y el Estado.

No puede ponerse en duda que el Estado está naturalmente sobre la familia y sobre cada individuo, porque el todo es necesariamente superior a la parte, puesto que una vez destruido el todo, ya no hay partes, no hay pies, no hay manos, a no ser que por una pura analogía de palabras se diga una mano de piedra, porque la mano separada del cuerpo no es ya una mano real. Las cosas se definen, en general, por los actos que realizan y pueden realizar, y tan pronto como cesa su aptitud anterior no puede decirse ya que sean las mismas; lo único que hay es que están comprendidas bajo un mismo nombre. Lo que prueba claramente la necesidad natural del Estado y su superioridad sobre el individuo es que, si no se admitiera, resultaría que puede el individuo entonces bastarse a sí mismo aislado así del todo como del resto de las partes; pero aquel que no puede vivir en sociedad y que en medio de su independencia no tiene necesidades, no puede ser nunca miembro del Estado; es un bruto o un dios.

 

FIN DE LAS PRIMERAS PÁGINAS…

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Marta rey

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